David Stubbs "Future days. El Krautrock"

tapa de future days libro sobre krautrock
Alemania Occidental después de la Segunda Guerra era un país en estado de shock que había adoptado de manera acrítica el sueño americano como una forma de reprimir la pesadilla del nazismo. Ese paisaje colonizado cultural y económicamente resultó ser el terreno propicio para una generación de músicos que, estimulados por la revolución psicodélica, las experiencias comunales y la radicalidad política de las rebeliones juveniles, daría forma a un momento único en la historia de la música contemporánea: el krautrock. Estos pioneros sonoros se propusieron desarrollar un lenguaje propio más allá de las convenciones del rock angloamericano, recurriendo a fuentes tan diversas como el misticismo de Oriente, la música electroacústica de Stockhausen, el arte reparador de Joseph Beuys y la estética moderna de la industria y las nuevas autopistas alemanas. La influencia de grupos como Kraftwerk, Can, Faust y Popol Vuh y de personalidades como Conny Plank, Manuel Göttsching o Klaus Schulze fueron claves para el desarrollo de movimientos musicales que van desde el postpunk hasta el techno y el ambient. Es una oportunidad de descubrir una de las escenas más visionarias y originales de la música del siglo XX.




Fragmento de "Future days. El Krautrock"

"Andy Gill, que más tarde trabajaría como periodista para NME, estuvo entre aquellos que después de haber gastado sus 49 centésimas de libra (en el LP The Faust Tapes) se vieron tentados de ir a ver a la banda. Recuerda un concierto en el Sheffield City Hall a fines de 1973, donde el grupo mostró su abordaje fluido de cómo montar, o cómo no montar, un concierto. El evento transcurrió en una oscuridad casi total, sin otras fuentes de luz que los rayos catódicos de dos televisores y una máquina de pinball. En lugar de las instalaciones y el decorado típicos de un escenario de rock, había sillones y sofás. Los integrantes de Faust estaban sentados en ellos, rasgueando sus instrumentos de un modo errático y distraído, hasta que Zappi Diermeier atacó un groove percusivo primitivo al que se fueron sumando los guitarristas tocando un mismo acorde una y otra vez. Uno de ellos se levantó para jugar al pinball, como si el riff hubiera adquirido su impulso y no necesitara ya su participación, miró un poco de televisión y después fue a buscar una herramienta eléctrica y se puso a trabajar sobre un pedazo de hormigón, perforando la monotonía del riff con una intervención electrónica ensordecedora y abstracta. Gill ubica pertinentemente el concierto en la tradición de los escándalos teatrales de los futuristas y dadaístas a comienzos del siglo XX, que buscaban que los burgueses indignados asaltaran el escenario y en los que esa ira provocada era un componente esencial del evento artístico. Pero en el Sheffield City Faust tuvo mejor suerte. Cuando las chispas que despedía el pedazo hormigón se elevaron demasiado, se prendieron las luces y el encargado de la sala subió al escenario y le gritó al público: "¡Suficiente ya! Esto no es música". Los integrantes de la banda lo miraron mientras sonreían satisfechos. Pero hubo un gran abucheo -dirigido contra el encargado, no contra la banda-, y el concierto finalmente se reanudó, como desafiando la autoridad que se había arrogado aquel para intentar definir la naturaleza del arte en el siglo XX."

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